Capítulo 6: Derrota y Resistencia de Bolívar — De Caracas a Cartagena

Capítulo 6: Derrota y Resistencia: De Caracas a Cartagena

Julio de 1811 – Primeros pasos en libertad

Las campanas de la independencia aún resonaban en el corazón de Caracas cuando Simón Bolívar, envuelto en su capa, comenzó a recorrer los caminos de la nueva República. El entusiasmo de la declaración había dado paso a la urgencia. Era hora de organizar, de resistir, de demostrar que la libertad proclamada podía sostenerse con armas y convicción.

Bajo las órdenes de Francisco de Miranda, ahora jefe supremo del movimiento, Bolívar acataba con respeto pero con una creciente inquietud. Admiraba al Precursor por su visión internacional, por su lucha en la Revolución Francesa, por haber plantado las primeras semillas de emancipación en América. Pero también lo encontraba lento, titubeante, marcado por la prudencia de quien había visto caer revoluciones y ser traicionado por sus propios aliados. Bolívar, en cambio, ardía de impaciencia.

Sus reuniones eran tensas. Miranda analizaba, consultaba, calculaba. Bolívar pedía acción inmediata. En una ocasión, se atrevió a interrumpirlo:

—General, cada día que dudamos, perdemos un pedazo de patria.

Miranda lo miró largo rato, con una mezcla de comprensión y advertencia.

—Y cada día que nos precipitamos, regalamos vidas inútiles a la historia.

La distancia entre ambos era generacional, filosófica y táctica. Pero Bolívar no podía ignorar que sin Miranda, la revolución quizá no habría llegado tan lejos. Lo respetaba, pero sentía que debía superarlo.


La caída de Puerto Cabello

La responsabilidad de defender Puerto Cabello recayó sobre Bolívar en un momento crítico. Aunque contaba con una posición fortificada y una guarnición relativamente numerosa, el desánimo y la falta de disciplina eran palpables. Los soldados, mal alimentados y peor instruidos, obedecían más por rutina que por convicción.

Bolívar intentó imponer orden. Reforzó turnos de vigilancia, inspeccionó personalmente los bastiones y envió cartas desesperadas solicitando refuerzos y suministros. Su figura recorría los muros al amanecer, arengando a los hombres con voz firme, aunque sus ojos ya comenzaban a reflejar la fatiga del desencanto.

Pero el enemigo no solo estaba afuera. El 30 de junio de 1812, parte de la guarnición se sublevó. Abrieron las puertas a los realistas y entregaron el fuerte casi sin resistencia. Bolívar, rodeado y sin posibilidad de reacción, logró escapar milagrosamente por una puerta lateral custodiada por un pequeño grupo de leales. Cubierto de polvo, desarmado, con la voz quebrada por la impotencia, huyó hacia Caracas con el alma rota.

La caída de la fortaleza fue un golpe brutal. Bolívar, abatido, regresó con la certeza de que había fallado. Peor aún, comenzó a sentir el vacío: Miranda no lo recibía. Algunos lo consideraban imprudente, otros un fracaso. Miranda, decepcionado con la derrota, se mostraba cada vez más aislado, rodeado por consejeros desconfiados y presionado por el avance enemigo.

Durante las noches solitarias en San Mateo, Bolívar solía caminar entre los naranjales, con la vista perdida en el cielo oscuro. A veces escribía fragmentos inconexos en su cuaderno de apuntes, otras veces se dejaba llevar por el silencio. No había compañía estable en ese tiempo, más allá de alguna amistad fugaz. El recuerdo de María Teresa, su esposa muerta hacía casi una década, regresaba como un susurro persistente. Había jurado no volver a casarse, y aunque algunas miradas lo seguían en Caracas, su alma no encontraba refugio.


1812 – El avance implacable de Monteverde

Domingo de Monteverde, oficial al servicio del Rey, supo leer la fragilidad del nuevo gobierno. Desde Coro2, avanzó hacia el centro del país sumando a su causa a esclavos, campesinos y criollos descontentos. No necesitó grandes batallas. Su poder creció con cada deserción y cada promesa de orden.

La población estaba dividida. Mientras algunos soñaban con la república, otros se aferraban a la seguridad del antiguo régimen. Muchos desconfiaban de los líderes del proceso emancipador, especialmente de los mantuanos1, la élite criolla que había detentado el poder durante la colonia. Para los sectores populares, los mantuanos no eran libertadores, sino posibles opresores con otro uniforme. Esa desconfianza envenenaba los intentos de unidad.


Julio de 1812 – La capitulación y la traición

La mañana del 25 de julio de 1812, Caracas despertó envuelta en un aire denso, casi inmóvil. La ciudad parecía contener la respiración. En los pasillos oficiales, Francisco de Miranda caminaba con la mirada perdida. Había recibido informes alarmantes: Puerto Cabello caído, Monteverde avanzando, y los soldados cada vez más desmoralizados.

Después de tensas negociaciones y bajo la presión de ciertos sectores del Congreso, firmó la capitulación. El acto no tuvo solemnidad: fue apresurado, discreto, casi vergonzoso. El documento garantizaba la seguridad de los ciudadanos y soldados republicanos, pero muchos sabían que las palabras escritas no valdrían frente a la voluntad de los realistas.

Miranda firmó con la resignación de quien se siente abandonado por la historia. Para Bolívar y otros jóvenes, la noticia fue un golpe a la médula. El hombre que había inspirado la lucha, ahora sellaba la rendición. Una sombra irreversible cayó sobre la naciente república.

La noche siguiente, junto a otros oficiales, Bolívar participó en la detención de Miranda. El acto fue silencioso, sombrío. Bolívar no habló. Cuando el general lo miró con ojos nublados, no hubo palabras, solo historia. En el fondo, sabía que no se arrestaba solo a un hombre, sino a una época.

Tras la detención de Miranda, el ambiente entre los patriotas era denso y desconfiado. La capitulación había dejado heridas abiertas. Monteverde, lejos de respetar los términos del tratado, inició una ola de represalias: arrestos arbitrarios, confiscaciones y humillaciones públicas. Caracas se llenó de temor.

Aunque Bolívar fue en un principio incluido en la lista de “perdonados”, sabía que era vigilado de cerca. Sus aliados, como Francisco Javier Yánez y Manuel María Casas, ya habían sido interrogados. La sombra del encierro lo rondaba. Cada paso en falso podía significar la prisión o el exilio forzado.


Camino al exilio – Cartagena espera

Entendió que su libertad era temporal y que su vida corría peligro. En secreto, planeó su huida. Viajó a La Guaira, donde a inicios de septiembre de 1812 logró embarcarse hacia Cartagena de Indias. No llevó más que lo puesto y un cuaderno de apuntes, pero en su corazón latía con fuerza la convicción de que aún no todo estaba perdido.

Mientras el barco se alejaba del puerto de La Guaira, Bolívar permanecía en cubierta, con la capa envolviéndole el rostro. Había dejado atrás a su familia, sus tierras, y las pocas amistades que le quedaban. No hubo besos de despedida ni manos que lo retuvieran. Solo un cuaderno de apuntes y el silencio de una ciudad que había amado, pero que ahora lo desterraba. No escapaba solo del enemigo: escapaba también de una vida sin anclaje afectivo, marcada por pérdidas que seguían sangrando en la sombra.

Y Simón Bolívar no pensaba rendirse.


1 Los mantuanos eran la élite criolla de Caracas, descendientes de españoles nacidos en América, que controlaban la política, la economía y la vida social durante la colonia. Aunque muchos lideraron la independencia, sectores populares los veían con desconfianza por su poder y privilegios heredados.

2 Coro fue una de las primeras ciudades coloniales de Venezuela y un bastión realista durante la independencia. Desde allí, Monteverde inició su avance contra la Primera República.

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