" Kilómetros "
Sara bajó del autobús con el corazón latiéndole fuerte en el pecho. No había vuelto a ver a su abuela desde hacía años, y aunque los kilómetros recorridos hasta allí la llenaban de una sensación de retorno, también traían consigo un peso difícil de ignorar.
El aire del campo era fresco, familiar. Caminó por el sendero de tierra, dejando que sus pies reconocieran el camino antes que su mente. La casa seguía allí, igual que en sus recuerdos: las ventanas con cortinas de encaje, la galería de madera con el viejo sillón de su infancia.
Golpeó la puerta y esperó.
Cuando esta se abrió, el tiempo pareció detenerse. Su abuela la miró con una mezcla de sorpresa y ternura antes de abrir los brazos.
—Has venido —susurró, y en ese instante, todo el viaje cobró sentido.
Se abrazaron largo rato, como si el tiempo perdido pudiera recuperarse en un solo instante. Dentro de la casa, los olores de la infancia la envolvieron: pan recién horneado, té de hierbas, la madera vieja de los muebles. Se sentaron a la mesa, y entre sorbos de café, su abuela la escuchó sin interrumpir mientras Sara le contaba sobre el anciano del autobús y sus historias de amor y despedida.
—A veces, las personas aparecen en nuestro camino para mostrarnos algo que no sabíamos que buscábamos —dijo la abuela, con su voz pausada.
Sara asintió.
Esa noche, cuando se acostó en la cama que alguna vez fue su refugio, sintió una extraña sensación de calma. El pasado no podía cambiarse, pero aún había caminos por recorrer.
A la mañana siguiente, decidió salir a caminar. Sus pies la llevaron por senderos conocidos hasta llegar a una colina. Allí, para su sorpresa, estaba el anciano del autobús, sentado en un banco de madera.
—No esperaba verte aquí —dijo ella, desconcertada.
Él sonrió, como si la estuviera esperando.
—Los caminos se cruzan por una razón.
Sara se sentó a su lado, observando el horizonte teñido por la luz de la mañana. En ese instante, sintió que algo dentro de ella se acomodaba, como una pieza que finalmente encontraba su lugar.
—¿Y ahora qué? —preguntó ella, sin esperar realmente una respuesta.
El anciano solo sonrió.
El viento sopló suavemente, llevándose su pregunta con él. Y Sara supo que la respuesta no estaba en aquel momento, sino en los kilómetros que aún quedaban por recorrer.
Comentarios
Publicar un comentario
COMENTARIO: