"La Última Función: Nostalgia, Amistad y la Ausencia en un Cine que Desaparece"

 


La última función


El cine Paraíso cerraría esa noche. Después de más de cincuenta años proyectando historias en su pantalla grande, después de haber sido el refugio de tantos amores adolescentes, la escapatoria de quienes necesitaban un respiro del mundo, y el santuario de cinco amigos que habían crecido entre sus butacas gastadas, aquella sería su última función.

Marcos llegó temprano. Se quedó un momento afuera, observando la marquesina con las letras a medio caer y el letrero de "ÚLTIMA FUNCIÓN". El tiempo no había sido amable con el Paraíso. Tampoco con ellos.

Se acomodó la chaqueta y entró, sintiendo el olor a madera vieja, a palomitas rancias y a recuerdos. Caminó por el vestíbulo como si recorriera su propia infancia. Recordó cuando venían juntos después de clases, cuando esperaban con ansias cada viernes para ver la cartelera nueva, cuando soñaban con hacer su propia película, una en la que la amistad duraría para siempre.

Pero la vida no es una película. No tiene guion. No tiene finales perfectos.

Uno a uno, fueron llegando. Primero Carolina, con la misma bufanda roja que usaba en la preparatoria, como si el tiempo no hubiera pasado. Luego Esteban, con las manos en los bolsillos y una sonrisa nerviosa. Después Laura, que siempre llegaba tarde, y Julián, que aún tenía esa risa fuerte que llenaba cualquier lugar.

Se miraron. Había algo incómodo en el aire, como si fueran desconocidos reencontrándose por primera vez. Pero entonces Julián dijo algo tonto, y la risa rompió la barrera del tiempo.

—¿En qué momento nos volvimos adultos? —dijo Carolina.

Nadie respondió.

Entraron a la sala, la misma de siempre. Se sentaron en la fila de en medio, como lo hacían cuando eran adolescentes. Y mientras la pantalla se iluminaba con la película, sus propios recuerdos comenzaron a proyectarse en sus mentes.

Las historias que dejamos atrás

La última vez que habían estado allí juntos, todo terminó mal.

Fue una tontería, algo que ninguno recordaba con claridad, pero suficiente para alejarlos. Algún comentario mal dicho, algún malentendido. Después de aquella noche, sus vidas tomaron caminos distintos. Marcos se fue a otra ciudad, Carolina se enfocó en su carrera, Esteban se casó y dejó de responder mensajes, Laura y Julián intentaron mantener el contacto, pero la rutina terminó ganando.

Y así, de a poco, se dejaron de ver.

Ahora estaban allí, sentados en las mismas butacas que alguna vez compartieron, viendo una película que apenas miraban. Lo importante no estaba en la pantalla, sino en el pasado que los envolvía, en los recuerdos que se colaban entre las sombras del proyector.

Se acordaron de cuando se colaban por la puerta trasera para ver películas sin pagar, de cuando Marcos casi se pelea con un tipo por reservarles asientos, de la vez que Laura lloró con Titanic y todos fingieron que no la habían visto para no molestarla.




Se acordaron de sus sueños, de lo que querían ser. De lo que no fueron.

Y se preguntaron si realmente habían cambiado tanto, o si solo se habían perdido en el camino.

Pero también se dieron cuenta de algo más.

Faltaba alguien.

Una ausencia imposible de ignorar

El asiento junto a Laura estaba vacío. Debería haber sido para Daniel.

Nadie lo mencionó al principio, pero la ausencia pesaba en el aire. Daniel siempre era el primero en llegar, el que organizaba los encuentros, el que convencía a todos de que había que mantener la amistad a pesar del tiempo. Pero ahora no estaba.

No porque no quisiera.

Sino porque ya no podía.

Había partido hacía dos años, de manera inesperada. Un accidente en una carretera, una noticia que cada uno recibió por separado, y una despedida que nunca pudieron darle juntos. Tal vez por eso también dejaron de verse. Tal vez por eso habían dejado de hablar de él.

Pero ahí estaban ahora, en el mismo cine donde crecieron, donde pasaron tantas horas con Daniel. Y de repente, el recuerdo de su risa se sintió tan real como si aún estuviera allí.

Carolina fue la primera en romper el silencio.

—Él habría querido estar aquí.

Nadie respondió. Laura bajó la mirada, y Marcos apretó los puños. Julián asintió, y Esteban, que casi nunca se mostraba vulnerable, dejó escapar un suspiro tembloroso.

—De alguna forma, lo está —dijo Esteban al final.

Y en ese momento, la pantalla proyectó una escena que todos recordaban. Una escena de una película que habían visto juntos hace años, cuando eran adolescentes, cuando pensaban que todo sería para siempre.

La imagen de la pantalla iluminó el asiento vacío.

Nadie lo dijo, pero todos lo sintieron: Daniel estaba allí, de alguna manera, compartiendo con ellos la última función.

La última escena

Cuando la película terminó, las luces se encendieron lentamente, revelando la sala vacía. Solo quedaban ellos, y un par de desconocidos más.

—¿Se acuerdan de cuando decíamos que algún día íbamos a hacer nuestra propia película? —dijo Marcos, rompiendo el silencio.

—Sí —respondió Carolina—. ¿De qué iba a tratar?

—De cinco amigos que se reencontraban en un cine antes de que lo demolieran —dijo Esteban con una sonrisa.

Laura miró el asiento vacío y corrigió suavemente:

—De seis amigos.

Se miraron. Nadie dijo nada más. No hacía falta.

Salieron juntos, sintiendo el aire frío de la noche. Afuera, las luces de la marquesina parpadearon una última vez antes de apagarse.

El cine Paraíso cerró sus puertas para siempre. Pero aquella noche, entre risas, lágrimas y recuerdos, ellos entendieron que algunas historias nunca terminan del todo.


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Reflexión final

A veces, la vida nos aleja de las personas que fueron importantes para nosotros. Nos sumergimos en la rutina, en el trabajo, en los problemas del día a día, y dejamos de lado lo que realmente importa. Hasta que un día, nos encontramos frente a la última función de algo que creíamos eterno.

Pero la verdadera magia de las historias es que pueden volver a contarse. Que siempre podemos reescribirlas.

Tal vez, esta no era el final. Tal vez, era solo el inicio de una nueva escena.





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