Los regalos que no se envuelven
Sinopsis: Una mujer mayor abre su caja de recuerdos y descubre que los regalos más valiosos no son los envueltos con moño, sino aquellos que llegan en los momentos simples: un dibujo infantil, una receta manchada, una servilleta usada. Un relato que despierta emociones y nos invita a atesorar lo cotidiano.
Cada diciembre, Clara sacaba la misma caja de la parte de arriba del ropero. No era elegante ni antigua, solo una caja de zapatos cubierta con papel de regalo que ya había perdido el brillo. Pero adentro, guardaba cosas que no cabían en ningún otro lado.
Había una entrada al Italpark1, de cuando llevó por primera vez a sus hijos y terminaron empapados en el “Pulpo”2 porque justo se largó la lluvia. Una servilleta con un dibujo hecho con lápiz labial por su hermana durante una charla de café en el bar de la esquina, cuando ambas soñaban con irse a vivir juntas a Mar del Plata. Y una receta manuscrita en papel manteca, con manchas de aceite, escrita por su madre: “pastel de papas con mucho puré y poco enojo”.
Cuando su nieto Tomás la veía sonarse con el pañuelo de tela bordado —ese que tenía olor a alcanfor y a años— le preguntaba siempre si estaba resfriada. —No, mi amor. Son los recuerdos, que me hacen llorar un poquito —le decía Clara, con una sonrisa más temblorosa que triste.
Porque en esa caja no había cosas caras, pero sí inolvidables: la piedra que su hijo le regaló diciendo que era un meteorito; la nota que encontró un día en su cartera, escrita por su esposo: “Acordate de comprar pan. Y de que te amo.”
Una vez, guardó incluso un boleto de colectivo. Era de la línea 160, el día en que un desconocido le cedió el asiento con una sonrisa sincera, justo cuando venía de recibir una mala noticia. No sabía su nombre, pero esa amabilidad anónima se volvió parte de sus tesoros.
Esa tarde de diciembre, Tomás estornudó fuerte y fue corriendo a buscar papel. Volvió con una servilleta arrugada del cumpleaños de su tía, y se la dio a Clara para que se sonara. Ella la aceptó con cuidado, como quien recibe una flor.
Después, la dobló y la puso dentro de la caja.
Porque hay regalos que no se envuelven. Solo se viven. Y si uno tiene suerte, se recuerdan para siempre.
¿Y vos? ¿Tenés una caja de recuerdos, un papelito, un boleto viejo o una servilleta que te hace sonreír (o llorar) cuando la ves? Te invitamos a compartir en los comentarios ese pequeño gran regalo que atesorás. A veces, contar nuestra historia es también un modo de abrazar el pasado.
1 Italpark: histórico parque de diversiones ubicado en la ciudad de Buenos Aires, activo entre 1960 y 1990. Fue un ícono de la infancia para varias generaciones argentinas.
2 “Pulpo”: uno de los juegos mecánicos más populares del Italpark, con brazos giratorios que simulaban los tentáculos de un pulpo. Muy recordado por su movimiento brusco y la posibilidad de mojarse en ciertas versiones.