El Refugio Secreto
El Refugio Secreto: Memorias de una Infancia Compartida
En un rincón del patio, donde la pared blanca se descascara con dignidad y el suelo sabe de juegos y lluvias pasadas, dos niñas crearon su mundo.
Lucía y Maribel. Hijas. Hermanas. Compañeras de travesías invisibles.
Una silla de mimbre, una manta azul, otra rosa, y una tela cualquiera atada con la determinación de quien sabe que la imaginación no necesita estructuras firmes. Ese día construyeron un refugio. No para escapar del frío ni del sol. Era otra cosa. Un escondite de tiempo. Un lugar donde detener la realidad.
Nadie lo dijo, pero ese refugio era también una promesa: aquí somos nosotras, sin interrupciones, sin relojes. Afuera, los adultos con sus voces grandes y sus pasos rápidos. Adentro, la risa tibia, los secretos, los planes imposibles. Las manos pequeñas acariciando el aire como si pudieran modelar el futuro.
Yo las miré desde la puerta, sin hacer ruido. Sabía que interrumpirlas era romper el hechizo. No las llamé. No pedí que levantaran las mantas. Solo observé, en silencio, y guardé el instante.
A veces me pregunto si ellas se acuerdan. Si cuando la vida se les pone seria, cuando el mundo les exige rendir, justificar, producir, alguna parte de su alma vuelve a ese rincón.
Y entonces deseo que sí. Que ese refugio secreto siga existiendo en algún lugar de su memoria, intacto como un amuleto.
Las vi jugar tantas veces. Pero ese día fue distinto.
Tal vez porque ahora entiendo que los refugios no son solo de mantas. A veces se construyen con la mirada del que ama, sin decir una palabra.
Y eso también es una forma de cuidar.
Una foto, una manta, dos hermanas y un universo secreto. Un relato íntimo sobre el poder de los recuerdos compartidos.
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