Hidalgo- Capítulo 4: Entre el Altar y la Carne

 

Capítulo 4: Entre el Altar y la Carne

Un óleo realista muestra a un sacerdote de mediana edad en un entorno rural mexicano, con gesto introspectivo mientras observa a lo lejos desde el atrio de una iglesia. A su lado, una mujer mestiza sostiene a un niño, evocando una escena íntima y silenciosa que sugiere la vida no oficial del cura Miguel Hidalgo.


En el capítulo anterior, vimos a un Hidalgo transformado por su experiencia pastoral en Dolores. Enseñaba oficios, hablaba en náhuatl, organizaba fiestas populares y comenzaba a ver el sacerdocio no como un acto de obediencia sino como un servicio humano. Amaba a su pueblo y lo defendía con acciones simples. Pero bajo esa entrega, ya se gestaban las tensiones entre su fe, su carne y sus silencios más profundos.


El vino de misa siempre le supo mejor cuando lo compartía fuera del templo. Miguel no se lo decía a nadie, pero a veces, cuando se quedaba a solas, cerraba los ojos y recordaba los labios de Josefa más que las palabras del Evangelio.

Vivían juntos. Eso todos lo sabían. Algunos lo callaban por respeto, otros lo murmuraban en voz baja, con una mezcla de escándalo y envidia. La casa parroquial había dejado de ser un recinto sagrado. Ahora era un hogar. Con risas, con discusiones, con hijos corriendo y sábanas lavadas por la misma mujer que lo besaba por las noches.

Pero no había cruces colgadas en la habitación. Allí no cabía la culpa.

Y sin embargo, cada vez que se paraba frente al altar para consagrar la hostia, una punzada lo atravesaba. ¿Era indigno? ¿O era más humano que nunca?



—No es pecado amar —le decía Josefa, mirándolo con esa mezcla de ternura y rabia que solo las mujeres que saben sufrir pueden sostener.

—No, no lo es —contestaba él, casi siempre—. Pero ellos creen que sí.

Ellos eran los del cabildo, los de las cartas al obispo, los de las sotanas bien planchadas y las manos sin tierra. Los mismos que nunca pisaban un rancho, pero decidían sobre los cuerpos de los demás.

Una tarde, Miguel escribió una carta que nunca envió:

"He faltado al voto, pero no a mi conciencia. He conocido la ternura del amor sin precio. He criado hijos sin sacramentos, pero con nombre. ¿Dónde está el pecado?"

Guardó esa carta entre los libros prohibidos que aún conservaba. Junto a Rousseau, a Voltaire, a los filósofos franceses que hablaban de libertad, de razón y de humanidad. Allí también estaba Dios, pensaba Hidalgo. No sólo en el púlpito, también en la duda.

En su pueblo, seguía siendo el pastor. Nadie le reprochaba nada. Al contrario, lo amaban más por su cercanía, por su risa franca, por no ocultar que era como ellos: un hombre que trabaja, que se cansa, que ama, que se equivoca. Pero su alma ya no encontraba paz ni en los rezos ni en los himnos.

A veces, al caer la tarde, salía solo al campo. Miraba el horizonte como si esperara una señal. Algo le faltaba. Algo le ardía por dentro, aunque no sabía qué.

Pintura al óleo en estilo tradicional que retrata a un sacerdote de rostro serio junto a un joven en un entorno interior sombrío, posiblemente durante una conversación discreta o confesional, evocando el clima de tensión y secreto previo a la conspiración independentista.


Y entonces, el rumor. En Querétaro1, en San Miguel2. Reuniones secretas. Gente que hablaba de independencia. De justicia. De romper con el yugo. Eran ilustrados, militares, criollos inquietos.

Miguel escuchó. Dudó. Y aceptó una invitación.

No por ambición. Tampoco por revancha. Lo hizo por esa voz que lo había acompañado toda la vida, la misma que lo hizo amar libros, mujeres e ideas prohibidas.

Una voz que ahora le decía: No basta con sanar almas. Hay que liberar cuerpos.


Adelanto del próximo capítulo

Hidalgo asiste a las primeras tertulias secretas. Conoce a Allende, Aldama y Josefa Ortiz. El cura ilustrado entra en el laberinto de la conspiración.
Capítulo 5: La Conspiración


Notas al pie:

1 – Querétaro: Ciudad histórica del centro de México. En tiempos de Hidalgo, era un importante centro religioso y político del virreinato. Fue uno de los focos principales de las reuniones secretas que dieron origen a la conspiración independentista de 1810, con figuras clave como Josefa Ortiz de Domínguez y Miguel Domínguez.

2 – San Miguel: Ciudad del Bajío, conocida entonces como San Miguel el Grande (hoy San Miguel de Allende). Fue un importante núcleo insurgente y lugar de residencia de Ignacio Allende. En sus casas y tertulias se fraguaron muchas de las ideas libertarias del movimiento de 1810.


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