Hermanos- Capítulo 2: Dos Vientres, un Destino
Dos vientres, un destino
Capítulo 2 de la serie “Hermanos”
Mi madre solía decir que éramos dos hijos distintos desde antes de nacer. Uno llegaba al mundo como un puño cerrado, el otro como una caricia. Uno empujaba. El otro cedía.
Crecimos bajo el mismo techo, entre ovejas, polvo y promesas. Éramos mellizos, pero nunca iguales. Él era fuerza, velocidad, tierra entre las uñas, olor a viento. Yo era cálculo, palabras, cuadernos doblados en los bolsillos.
Nuestro padre lo miraba con una mezcla de orgullo y resignación. Decía que él era la rama fuerte. A mí, en cambio, me llamaba “el callado”. No era un insulto, pero dolía.
Yo aprendí a hablar con las manos, con las ollas, con las cuentas. Él aprendió con los músculos. Y aunque vivíamos juntos, nuestras vidas avanzaban como dos caminos paralelos, como ríos que nacen del mismo deshielo pero que se niegan a encontrarse.
De chicos jugábamos a correr entre los árboles. Siempre me ganaba. A veces fingía torpeza para que yo creyera que tenía una oportunidad, pero nunca era real. Yo lo sabía. Por eso dejé de correr.
Una tarde volvió del campo agotado, con la piel roja y la garganta seca. Yo estaba cocinando. Olía a pan recién hecho y a sopa espesa.
—Dame —dijo, sin mirarme—. Lo que sea.
—¿Todo tiene un precio? —le respondí. No sé por qué lo dije. Tal vez fue en broma. Tal vez no.
Él rió con desprecio. Tiró su chaqueta sobre el banco. Me ofreció algo que yo jamás imaginé que soltaría.
Yo acepté.
Y mientras él devoraba el plato como un animal hambriento, yo sentí que algo se había roto. O girado. Como una puerta antigua que por fin se abre, pero con un crujido que no deja dormir.
Años después, el silencio entre nosotros se volvió más denso que el aire del establo. Ya no peleábamos, pero tampoco hablábamos. Él me miraba como si algo le doliera cada vez que me veía. Yo bajaba la vista, fingía que no entendía.
Una mañana partió sin decir adiós. Solo dejó su navaja sobre la mesa. El filo estaba limpio. El mango, desgastado por su mano.
Pasaron años.
Yo construí mi hogar, crie hijos, levanté una familia. Pero había una sombra que no me dejaba dormir. Una promesa rota. Un trueque mal hecho. Un hambre más profundo que el de aquella sopa.
El día que regresó, ya éramos hombres viejos. Lo vi desde lejos. Caminaba con paso firme, pero más lento. Más sabio. Más solo.
Mi pecho se apretó. No por miedo. Por vergüenza.
Salí a su encuentro.
Corrí. Esta vez yo corrí.
Y cuando estuve cerca, él no habló. No hizo reproches. No me preguntó por qué.
Solo abrió los brazos.
Y ahí, entre su abrazo y el polvo del camino, entendí que a veces, para sanar, no hace falta hablar.
Hace falta volver.
Amen
ResponderEliminarMuchas gracias por tu palabra, ¡“Amén”! Ese sentimiento de concordancia y emoción es exactamente lo que esperaba evocar con este capítulo.
EliminarEspero que te haya tocado el corazón tanto como a mí escribirlo. Quedate atent@: el próximo capítulo de Hermanos ya está en camino y continua explorando ese reencuentro silente que marcó la vida de los dos hermanos.
Un abrazo fuerte y gracias por acompañar esta historia 🙏
Una hermosa historia, llena de emociones, pero que atraviesa la realidad de muchas familias, y que invita a la reflexión y a poner el Amor por encima de todo. El autor logra que nos podamos adentrar en su historia, y quedar atrapados esperando, el próximo capítulo. Lilian
ResponderEliminarQuerida Lilian,
EliminarGracias de corazón por tus palabras. Me emociona saber que la historia tocó algo profundo y real, porque justamente esa es la intención de esta serie: acercarnos a los vínculos que marcan nuestra vida, con todas sus luces y sombras.
Tu lectura atenta y sensible le da aún más sentido a lo que escribo.
El próximo capítulo ya está en camino, y ojalá también pueda acompañarnos a seguir reflexionando, desde el amor y la memoria compartida.
Un abrazo enorme,
Fabián